Su moco no es una urgencia: son 15 euros

Si usted no ha ido nunca a Urgencias es posible que se lo imagine como en la tele. ER, un equipo uniformado que entra corriendo empujando una camilla y dando voces: “varón, 35 años, precipitado, traumatismo abdomino-pélvico grave, Glasgow de 13, TA 100/50, taquicardia sinusal, un litro de normo-salino stat, morfina…” Mientras a su alrededor, los pacientes todos parecen gravísimos, con sangre, sujetándose brazos o piernas deformadas.

La realidad es otra, un departamento de Urgencias de los de verdad está igual de atiborrado pero las patologías son muy distintas; un niño con un moco; un hombre con un dolor de hace tres años “que ya no aguanta más”; uno con un dolor de hace dos meses pero que se va de vacaciones y se quiere “asegurar de que no es nada”; otro con una “fiebre” de 37 (“que para mí es fiebre”); una señora que viene a visitar una amiga ingresada y que ya que está aquí…; la que viene a por una segunda opinión; el hombre que tiene cita con el especialista la semana próxima pero que no puede esperar más;, el que viene a por recetas; el joven con el tapón de cera en el oído; el niño que se ha caído en el cole y tiene una herida que hay que mirar con lupa en la rodilla (“es que no tenemos en casa betadine”); una señora que le ha rozado el zapato; la que leyó en internet que una mancha en la piel puede ser cáncer; la chica que le duele la garganta al tragar; su amiga, que ya de paso pide un test del embarazo por que tiene dos faltas; el hombre con dolor de muelas que no ha tomado un triste paracetamol; la picadura de mosquito del niño; uno que se aburre en casa; el que viene de otra ciudad donde se espera mucho más en las Urgencias “y ya que estoy aquí de visita aprovecho”; el del grano; los que acaban de salir de trabajar … y un etcétera tan largo que podría llenar varias hojas.

La demanda de las Urgencias crece a razón de un 5% al año. La causa es multifactorial. Por un lado, vivimos en una sociedad de consumo en la que la inmediatez prima, la urgencia personal se convierte en urgencia médica. Por otro lado, hay una falta generalizada del sentido común, una incapacidad para tomar decisiones personales, para responsabilizarse de uno mismo. Va faltando también la sabiduría tradicional, la experiencia de los años, la tranquilidad de las canas. Antes una madre novata con un bebé estreñido llamaba a su propia madre y ésta le explicaba lo de la ramita de perejil y el aceite de oliva. Ahora la abuela se ha echado novio y está de vacaciones en Egipto así que el niño estreñido y su madre novata acaban en Urgencias. La sociedad va cambiando y las Urgencias asumen lo que hay.

Si juzgamos por cómo se vacían nuestras salas de espera cuando hay un partido de fútbol en la tele y para que el paciente lo entienda, podríamos definir una urgencia hospitalaria como: situación que pone en riesgo la vida de un paciente o que pone en riesgo sus brazos o piernas; dolores o alteraciones físicas o mentales recientes que crean incapacidad, siempre y cuando sean suficientemente graves como para perderse un evento deportivo.

Pero usemos la evidencia, aquí está la tabla del último barómetro sanitario del Ministerio de Sanidad del 2013 con los datos correspondientes al 2012 (pg 17)

¿Se podría extrapolar que menos del 35,6 % necesitaba realmente las urgencias hospitalarias? Esto es un absoluto despropósito y un mal uso de un sistema ya arruinado.

Quizás ha llegado por fin la hora de empezar a cobrar por el uso indebido, irresponsable o inapropiado de las Urgencias. Esto tiene un doble sentido, ingresos al sistema, que buena falta hace, y educación sanitaria para el uso adecuado de recursos. Yo apoyaría fervientemente a la Sra. Mato si decide cobrar unos eurillos a cada paciente que viene a urgencias sin deber, casi simbólico pero sin duda efectivo.

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